¿Normas ortográficas con freno y marcha atrás?

Hace ahora justo cosa de dos años, publicábamos aquí, en nuestro blog, un artículo sobre la Nueva ortografía de la lengua española que presentaba la Real Academia Española de la Lengua, con un nuevo tratado titulado prácticamente así: "Ortografía de la lengua española". Después, en un artículo posterior (Nuevas normas ortográficas), desarrollamos además algunos de los principales y más llamativos cambios normativos que salían de esta nueva ortografía propuesta (¿establecida?) por la RAE. Puede ser un buen momento para leer o releer sobre todo este último artículo.

La nueva noticia relacionada con este tema ha saltado en las últimas semanas. La Real Academia ha reconocido que algunas de las modificaciones que proponía en su nueva ortografía no han tenido la aceptación deseada. Destacados escritores, literatos y periodistas, como Arturo Pérez Reverte, Javier Marías, Antonio Muñoz Molina, José Emilio Pacheco y Antonio Coletas, han coincidido en expresar públicamente su recelo o directamente su rechazo a acatar estas nuevas normas. En concreto, la oposición más fuerte la han encontrado las normas referidas a la supresión de la tilde en palabras como "guión" / "guion", "sólo" / "solo" y "éste" / "este". 

En la misma línea, aunque seguramente sin pretenderlo, hace bien poco escuchábamos al anterior director de la RAE y actual director del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, decir que "la lengua no se hace en los laboratorios, se hace en la calle" y que "la ortografía no es una ciencia, es un consenso". Lo dijo durante la presentación de "El libro del español correcto", publicado por el propio Instituto Cervantes.

Reproducimos a continuación un breve cuadro, proporcionado por la Real Academia - elaborado de hecho con las aportaciones de uno de sus miembros, Salvador Gutiérrez -, que refleja el estado de aceptación de algunos de los cambios más significativos de la nueva ortografía:

Salvador Gutiérrez (coordinador lingüístico del proyecto de modificación ortográfica entonces) admitía abiertamente la posibilidad de que la Real Academia diera finalmente marcha atrás con algunos de estos cambios. "Son los hablantes, no la Academia, los dueños del idioma", ha dicho.

Tal vez sea también un buen momento para recordar lo que escribimos en uno de los artículos anteriormente citados como opinión editorial de nuestra escuela en relación a las modificaciones ortográfica que imponía entonces la RAE:

"(...), vaya por delante nuestra pequeña y modesta crítica hacia algunas de ellas, que no se perciben como necesarias - de hecho, lo contrario: se antojan como una pérdida en la capacidad diferenciadora que tiene la ortografía dentro de la escritura - y tampoco como demandadas por el conjunto de la comunidad hispanohablante a la hora de escribir. Ni siquiera el argumento de la unificación de normas parece justificarlas. A nuestro entender, el papel de las academias de la lengua en este sentido es el de tratar de defender la norma contra los errores y las nuevas tendencias que surgen espontáneamente o por degeneración del correcto uso idiomático dentro de la propia sociedad que habla y escribe, para evitar así caer en la anarquía lingüística. Ese y el de ceder y admitir tales cambios cuando se detecta que han calado de forma mayoritaria y seguramente irreversible dentro de la misma sociedad, como evolución natural de la lengua a fin de cuentas. Pero todo lo que se salga de este juego en cuanto a regulación, no parece entenderse muy bien: da la sensación de obedecer a una voluntad reorientadora, con seguridad, sí, fundamentada pero superpuesta, a modo de gobernación sojuzgadora, a la propia comunidad que usa la lengua. Si no han cambiado las motivaciones que propiciaban una determinada norma, rectificarla requeriría de una explicación que muchas veces echamos en falta dentro de esta nueva ortografía (o se nos antoja corta o insuficiente cuando la hay). El no hacerlo y el no proceder con la naturalidad antes expuesta de limitarse a conceder o negar las propuestas de cambio que van surgiendo del seno de la comunidad en su uso de la lengua, puede hacer cuestionable el derecho mismo de gobernación idiomática concedido a una academia de la lengua. 
Por supuesto, como escuela de español que somos, aceptamos los cambios establecidos por la RAE y nos avenimos a ellos, ya que es a fin de cuentas la RAE quien fija a día de hoy la norma idiomática en nuestra lengua ("Limpia, fija y da esplendor" es su lema fundacional de hecho, expresión de su cometido y su función): estamos enseñando los cambios a nuestros alumnos desde su aparición en la nueva ortografía y hay un ejemplar de la misma a disposición de todos, para su consulta y revisión. Pero no renunciamos a nuestro derecho a la crítica y a decir que nos gustaría que se retomara el modelo de regulación de cambios al que antes hacíamos referencia: aquel en que las modificaciones vienen de abajo hacia arriba - entendiendo la comunidad hispanohablante abajo y la Real Academia por encima - y no al revés. Es, por otra parte, el modelo que normalmente ha seguido siempre la RAE."

Sin pretender sacar pecho ahora, simplemente nos reafirmamos en lo dicho entonces.


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