Nueva ortografía de la lengua española

El pasado mes de diciembre, tras una larga espera, la Real Academia Española presentó por fin su nueva "Ortografía de la lengua española". Se trata de la segunda edición de esta obra normativa: la primera data de 1999, hace ya más de una década. El objetivo del proyecto (coordinado por el lingüista y académico español Salvador Gutiérrez), entonces como ahora, es el de fijar una política lingüística común adoptada por todas las academias nacionales de español que hay en el mundo: la RAE y las propias de la Asociación de Academias de la Lengua Española, ASALE (22 academias en total). Supone además la culminación de los trabajos de revisiones normativas iniciados anteriormente con la publicación del nuevo Diccionario panhispánico de dudas y la Nueva gramática de la lengua española. Un esfuerzo ingente que ha empezado a tener ya su recompensa por de pronto en los excelentes números de ventas que está cosechando: solo en España y en apenas un mes se han vendido ya más de 60.000 ejemplares.

Para la redacción de la nueva ortografía se ha seguido la directriz de mejorar el aspecto didáctico y la claridad de la edición del 99. El objetivo marcado inicialmente era de hecho el de incorporar todo el trabajo relacionado con ortografía que surgía del "Panhispánico de dudas" y de la "Nueva gramática" pero simplificando el texto de la primera edición, incluyendo más ejemplos y dándole una orientación más pedagógica.

La semana que viene hablaremos con detalle de las más destacadas novedades que trae esta nueva ortografía. Pero vaya por delante nuestra pequeña y modesta crítica hacia algunas de ellas, que no se perciben como necesarias - de hecho, lo contrario: se antojan como una pérdida en la capacidad diferenciadora que tiene la ortografía dentro de la escritura - y tampoco como demandadas por el conjunto de la comunidad hispanohablante a la hora de escribir. Ni siquiera el argumento de la unificación de normas parece justificarlas. A nuestro entender, el papel de las academias de la lengua en este sentido es el de tratar de defender la norma contra los errores y las nuevas tendencias que surgen espontáneamente o por degeneración del correcto uso idiomático dentro de la propia sociedad que habla y escribe, para evitar así caer en la anarquía lingüística. Ese y el de ceder y admitir tales cambios cuando se detecta que han calado de forma mayoritaria y seguramente irreversible dentro de la misma sociedad, como evolución natural de la lengua a fin de cuentas. Pero todo lo que se salga de este juego en cuanto a regulación, no parece entenderse muy bien: da la sensación de obedecer a una voluntad reorientadora, con seguridad, sí, fundamentada pero superpuesta, a modo de gobernación sojuzgadora, a la propia comunidad que usa la lengua. Si no han cambiado las motivaciones que propiciaban una determinada norma, rectificarla requeriría de una explicación que muchas veces echamos en falta dentro de esta nueva ortografía (o se nos antoja corta o insuficiente cuando la hay). El no hacerlo y el no proceder con la naturalidad antes expuesta de limitarse a conceder o negar las propuestas de cambio que van surgiendo del seno de la comunidad en su uso de la lengua, puede hacer cuestionable el derecho mismo de gobernación idiomática concedido a una academia de la lengua.

Por supuesto, como escuela de español que somos, aceptamos los cambios establecidos por la RAE y nos avenimos a ellos, ya que es a fin de cuentas la RAE quien fija a día de hoy la norma idiomática en nuestra lengua ("Limpia, fija y da esplendor" es su lema fundacional de hecho, expresión de su cometido y su función): estamos enseñando los cambios a nuestros alumnos desde su aparición en la nueva ortografía y hay un ejemplar de la misma a disposición de todos, para su consulta y revisión. Pero no renunciamos a nuestro derecho a la crítica y a decir que nos gustaría que se retomara el modelo de regulación de cambios al que antes hacíamos referencia: aquel en que las modificaciones vienen de abajo hacia arriba - entendiendo la comunidad hispanohablante abajo y la Real Academia por encima - y no al revés. Es, por otra parte, el modelo que normalmente ha seguido siempre la RAE.

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