Girona, Gerona o el sentido común (parte 2)
(Viene de Girona, Gerona o el sentido común - parte 1)
Como es bien sabido, la toponimia, es decir, el conjunto de los nombres de lugares propios de un idioma, se va formando por evolución histórica e incluye también los nombres de algunos lugares pertenecientes a países extranjeros, de países donde no se habla este idioma: surge la necesidad de hablar de estos lugares (por razones comerciales, la mayoría de las veces) y se termina estableciendo una forma propia, que puede surgir de una deformación de la pronunciación y trascripción de las formas autóctonas del lugar, de una traducción del significado de estas formas, etc. Se hace así, entre otras cosas, porque a veces esas formas autóctonas resultan impronunciables o intranscribibles al idioma propio (por ejemplo, para el español, los nombres de ciudades chinas, rusas o árabes). Una vez que surge un nuevo nombre para un lugar dentro de un idioma, este nombre se integra dentro de su toponimia y pasa a formar parte de él. Y desde ese momento ya no tiene sentido seguir usando en ese idioma el nombre original del sitio, el correspondiente al idioma del lugar. No tiene sentido decir "London" en lugar de "Londres" cuando se está hablando en español porque el nombre de esa ciudad en español es Londres.
Sin embargo, a pesar de lo dicho, a pesar de lo incoherente de dicha imposición legislativa, ésta fue rápidamente adoptada - con entusiasmo además - por la progresía de este país, así como por el mundillo de lo políticamente correcto, empezando por los medios de comunicación. Adoptada y ampliada: no contentos con la limitación de aplicar el cambio sólo a documentos oficiales, estos sectores decidieron que el cambio había que aplicarlo a todo, siempre. Y ahí tenemos desde hace tiempo, por ejemplo, a la hora de dar la predicción meteorológica, que todos los nombres de ciudades y poblaciones gallegas y catalanas (y últimamente también vascas, valencianas, baleares...), se ven escritos en gallego, catalán (o en lo que sea). Eso sí, nadie verá nunca en una televisión que emita en catalán, "Zaragoza" (nombre español de la ciudad) en lugar de "Saragossa" (nombre catalán de la ciudad), y eso que el idioma propio de Zaragoza es el español y la forma propia en español es "Zaragoza"...
El mundillo de lo políticamente correcto es encima dictatorial e impositivo, además de caprichoso: reprime a base de crear complejos (de intransigencia, de antigüedad, de inmovilismo...) y así va imponiendo sus directrices, así va arrastrando al conjunto de la masa social, temerosa de sufrir este tipo de represiones y verse señalada con tales marchamos. Evidentemente, la gente se deja arrastrar por lo que oye y ve en los medios de comunicación, en boca de periodistas, líderes y demás gente conocida, y por no ser tildada de retrógrada, adopta las nuevas formas que le llegan desde ellos.
Pero claro, la consecuencia lógica de empezar a aplicar una medida carente de lógica es la cascada de absurdos que se desencadenan a continuación. Por ejemplo, ¿cómo pronunciar Girona si estamos hablando castellano? ¿En catalán o en castellano? Porque si fuera en castellano, al ser "g" delante de "i", la "g" debería pronunciarse como se pronuncia siempre en español la "j", lo que daría lugar, fonéticamente, a un nuevo nombre que sonaría bastante ridículo. Se pronuncia entonces en catalán. ¿Por qué? Porque sí, porque suena mejor. ¿Y cómo denominamos a los naturales de Lérida si empezamos a llamar a esta ciudad en español con su nombre catalán, Lleida? La forma española es "leridano", que deriva de manera natural de Lérida, pero si empezamos a usar Lleida en lugar de Lérida entonces tendremos que empezar a decir que los naturales de Lleida son los leridanos. Menos natural, ¿no? "Evolución de la lengua" dirá alguno: bien, pero la evolución de la lengua no debe imponerse desde ningún gobierno político, debe ser resultado de los cambios en la forma de hablar de la gente, cambios que van surgiendo espontáneamente, por causas no forzadas.
Lo más curioso de todo es por qué se hace esto. Se hace como una deferencia hacia los hablantes de los idiomas de esas comunidades. Pero, ¿lo es realmente? Resulta muy dudoso. ¿Cómo considerar cortesía hacia un idioma y sus hablantes el modificar otro idioma diferente? A un catalano-parlante le da exactamente igual cómo se pronuncia Gerona en un idioma distinto al que él utiliza... Sin embargo, lo que sí supone la medida indiscutiblemente es una falta de respeto hacia el idioma que se cambia y hacia sus hablantes, a los que hay que reeducar para que dejen de utilizar los nombres de estos lugares que sus padres les enseñaron y se pongan a usar otros nuevos que se les enseña e impone ahora. Porque claro, desde el momento en que se empieza a hacer esto, nombres como "Gerona", "Lérida", "La Coruña", "Finisterre", etc., pasan a estar en peligro de desaparición, lo que sólo puede verse como una triste pérdida. No peligran, no, los nombres de los idiomas cooficiales, dado que estos idiomas no están en peligro - cada día menos - y su toponimia sí se respeta, así que tampoco este argumento es válido para promover la medida (y sí debería serlo para frenarla e invertirla). Incluso si llegáramos a considerar amenazadas las lenguas cooficiales, ¿qué sentido tendría preservar una toponimia más allá del idioma al que corresponde?
No es la única expresión de este infinito mimo por las lenguas cooficiales - natural y elogiable - que se acompaña paralelamente de un cierto desapego y casi maltrato al español, idioma común, que resulta del todo inaceptable. En estos días, por ejemplo, estamos escuchando cómo prospera una propuesta para que en el Senado se pueda hablar en cualquiera de los idiomas oficiales y se traduzca todo a todos ellos también. ¿Llegará el día en que alguien empiece a valorar el gran tesoro que supone tener un idioma que hablamos todos y que hablan además otros 500 millones de personas, muchas de las cuales nos tienen como referencia original? ¿Y el día en que alguien se dé cuenta de que potenciar nuestras diferencias no nos une más y de que, de nuevo, esto es simplemente hacerles el juego a los separatistas, sabedores de que las diferencias no sólo no unen sino que separan? (Ellos lo saben de sobra: esa es la razón por la cual renuncian sistemática y calladamente a un bilingüismo sincero y equilibrado, que resultaría de lo más saludable para su comunidad.)
Vayamos a lo que dice sobre el tema la Real Academia Española de la Lengua, el organismo verdaderamente encargado de fijar la norma idiomática:
Gerona. Nombre tradicional en lengua castellana de la provincia y ciudad de Cataluña cuyo nombre en catalán es Girona. Salvo en textos oficiales, donde es preceptivo usar el topónimo catalán como único nombre oficial aprobado por las Cortes españolas, en textos escritos en castellano debe emplearse el topónimo castellano. El gentilicio, para todo tipo de textos, incluidos los oficiales, es gerundense.
(Extraído del Diccionario Panhispánico de Dudas. Primera edición, octubre 2005.)
Bastante claro, ¿verdad?
Nosotros, Tía Tula, como colegio de español que somos, sólo podemos respaldar la recomendación que da la Real Academia de usar los nombres de lugares castellanos cuando se esté hablando castellano. Por mero sentido común. Bueno, por sentido común, porque lo contrario es hablar un mal castellano y porque, por todo lo dicho antes, no vemos ninguna razón para hacer otra cosa, más allá de la de imitar a quienes, con argumentos equivocados y absurdos, se han empeñado en poner en marcha este dilate. Sentido común tenían que haber puesto ellos en establecer como norma, en lugar de la que establecieron, que los documentos oficiales en los territorios en lo que además de español se hable otro idioma regional, tenían que tener una versión en español y otra en ese segundo idioma. Y cada una, claro, con los nombres de lugares propios de la lengua en cuestión.
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