En la muerte de un salmantino excepcional


En la noche del pasado sábado nos dejaba Germán Sánchez Ruipérez, un salmantino excepcional. No era artista, no era científico, ni político, ni escritor. Era un empresario extraordinario que dedicó su labor y su vida a los libros. Su contribución a la promoción de la lectura y a la difusión de la cultura a través del papel fue excepcional y lo elevó a él a la misma categoría.

Germán Sánchez Ruipérez había nacido, allá por el año 1926, en Peñaranda de Bracamonte, un pueblo de la provincia de Salamanca cuya bandera él llevó siempre con orgullo por dondequiera fue. Terminada la Guerra Civil en España, su familia se trasladó a la capital salmantina para fundar la que en breve se convertiría en la librería más importante de la ciudad: la Librería Cervantes (aún lo sigue siendo). Como él mismo contaba, las necesidades del negocio familiar en sus comienzos, lo obligaron a dejar sus estudios antes de completarlos, a los 16 años. Así empezó su vinculación laboral con los libros, que duraría ya para siempre. En 1958 funda Ediciones Anaya, que arranca solo con libros de texto y una orientación eminentemente educativa para, poco a poco, ir extendiéndose al resto de campos del mundo del papel. Así, Anaya va creciendo, creando o incorporando sucesivamente editoriales como Cátedra, Algaida y Alianza Editorial. En poco tiempo se convierte en uno de los grupos más importantes del país y en no mucho más, en un grupo internacional con presencia en el mundo entero, especialmente en Sudamérica. Quienes tuvimos a nuestros padres trabajando entre sus filas, pudimos conocer la grandeza y el esplendor de sus mejores épocas.

Pero si algo engrandeció a este hombre, haciéndolo destacar entre los gigantes del mundo editorial, fue su permanente y creciente compromiso con la promoción de la lectura infantil. En el año 1981 crea la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, que será su proyecto más personal, al que dedicará los esfuerzos de sus últimos años. Actualmente esta Fundación cuenta con sedes en Peñaranda de Bracamonte, Salamanca y Madrid. Quienes hemos disfrutado de niños estas sedes y ahora llevamos semanalmente allí a nuestros hijos para zambullirlos en literatura infantil, verlos disfrutar con ella y enriquecerse día sí y día también con las actividades relacionadas con lectura, escritura y libros, sabemos bien de la generosidad y belleza del proyecto.

Unos y otros, tenemos ya para siempre una deuda de gratitud con este hombre cuya marcha hoy todos los salmantinos lloramos. Quien esto escribe, por lo expresado antes, tiene una doble deuda con él. Muchas gracias, Don Germán.

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